La partida de ajedrez

El ajedrez siempre me ha parecido un juego tremendamente interesante.
Existen varios tipos diferentes de piezas, con diferentes valores. Lo que unas piezas pueden hacer es muy diferente a lo que pueden hacer otras. Por ejemplo, peones y damas. Los peones únicamente pueden moverse un cuadro a la vez y hacia adelante. Si se encuentran otra pieza delante, no tienen ocasión de avanzar. Ni retroceder. Se quedan estáticos. Su única salida en estos casos es encontrar otra pieza colocada en su diagonal, junto a su cuadro, a la que podrían comer. Son las piezas con menor valor en el tablero.
Por contra, está la dama. Así como tenemos 8 peones en nuestras piezas, solamente tenemos una dama. Esta es la pieza de mayor valor del tablero, a excepción del rey, claro está. La dama tiene la posibilidad de moverse en cualquier dirección, siempre en línea recta, cuantos cuadros quiera. No puede saltar piezas en su camino, pero sí las puede comer desde donde guste.
Y en medio, varios tipos diferentes de piezas. Con diferentes valores, acordes a sus "capacidades" en relación al objetivo del juego.
Por último, el rey. Máximo exponente del equipo y con muy limitadas habilidades. Su función es protegerse de los ataques y permanecer a salvo de las piezas contrarias hasta que nuestro equipo consiga alcanzar el objetivo, que no es otro, que tomar el rey contrario. De alguna manera, el rey es el "alter ego" del jugador en el tablero. Su valor radica no en lo que puede o no hacer, sino en lo que es capaz de alcanzar organizando y dirigiendo adecuadamente a su equipo.
Y como en el ajedrez, en la vida también medimos a las personas por su capacidad. Por sus habilidades en relación al "juego" que se está desarrollando y en el que juegan su papel. Así mismo, tenemos al rey, el que resulta responsable del equipo, el líder de la organización, empresa o familia, quien toma las decisiones y dirige sus acciones y, en gran medida, quien marcará su destino.
Por otra parte, en ajedrez aquel jugador que es capaz de anticipar un mayor número de movimientos y alternativas de juego, en relación a cada jugada de su adversario, es el que resulta más exitoso. Igual en la vida, si actuamos sin pensar, sin anticipar las consecuencias de nuestras acciones, es muy improbable que obtengamos los resultados deseados. Necesitamos anticipar el mayor número posible de reacciones ante cada una de nuestras decisiones. Igualmente, necesitamos evaluar la mayor variedad de alternativas a nuestro alcance, para así ser capaces de tomar el camino más adecuado.
En el ajedrez no es posible ganar la partida si el jugador no está perfectamente consciente del objetivo y no tiene una estrategia para alcanzarlo. Necesita tener previstos unos cuantos movimientos, cuantos más mejor, para poder desarrollar sus piezas y establecer una buena posición desde la que poder atacar al rey contrario. En la vida es lo mismo. Sin un objetivo claro no es nada sencillo avanzar e ir creciendo. Sin ese objetivo no hay manera de establecer los pasos que hagan un camino coherente que recorrer. ¿Cómo podría uno establecer metas intermedias si no conoce el objetivo final?
El ajedrez es un juego de estrategia, en el que cada movimiento cuenta. Un juego en el que alcanzar el objetivo se puede complicar desde la misma apertura (primer movimiento). Por supuesto, un juego en el que el adversario juega un papel importantísimo. En la vida es igual. Cada una de nuestras decisiones marcan nuestro camino. Decisión tras decisión vamos desarrollando nuestra posición, desde la cual pretendemos atacar nuestro éxito. Pero si las primeras decisiones que tomamos no son las adecuadas, el alcanzar el éxito que buscamos se puede complicar. Además, no estamos solos en este proceso de decisiones a tomar. Cada una de las decisiones que tomamos involucra y afecta a otras personas. Incluso en muchas ocasiones, son otras personas las que orientan nuestras decisiones, consciente o inconscientemente para nosotros.
Ahora, pensando en que lo que tenemos delante es un proceso de gestión, ya sea un proyecto personal o profesional, un departamento dentro de una empresa o la empresa completa, lo primero que necesitamos es identificar los elementos anteriores dentro del proceso. Vamos desde las bases.
El rey, que eres tú, es quien toma las decisiones. Por tanto, harás bien en empezar a entender que eso es lo primero que debes considerar. Toma consciencia de tu responsabilidad y empieza a desarrollar las acciones que resultan consecuentes con esa responsabilidad.
Yo diría que tras superar el shock, lo siguiente que necesitas es darle un repasito al objetivo. ¿Lo tienes claro?¿En serio?¿Serías capaz de ponerlo en una frase? Tras haberte puesto y superado con éxito ese primer ejercicio, ahora te toca desarrollar ese objetivo. Aterrizarlo en pasos intermedios que irás alcanzando en el camino hacia ese objetivo. Esos pasos intermedios son tus metas. Necesitas establecer esas metas de forma muy clara, deben ser específicas, medibles, estar basadas en tiempos a cumplir y estar dentro del ámbito de acción de tu equipo. De nuevo, establece cada una de las metas como una frase y ponlas todas en relación al objetivo mayor. ¿Tiene sentido lo que estás viendo? Si la respuesta es sí, ¡felicidades! Si es no, pues ni modo, a esforzarse otro poco antes de pasar al siguiente paso.
Ok mi rey. Ya tienes objetivo y metas. Esto es, ya conoces varios de los movimientos que vas a aplicar en tu proceso para llegar al objetivo de ganar la partida. Ahora, a colocar las piezas.
En primer lugar identifica cuáles son tus piezas. Personas, recursos materiales, equipos... Cada uno de estos elementos equivale a alguna pieza. Identifica la importancia de cada una de esas piezas para el proceso y dale el valor que le corresponde en función de su utilidad para alcanzar el objetivo. Y de paso, trátala como se merece. Esto es, no arriesgues a tu dama alegremente. Si te quedas sin ella demasiado pronto, tus opciones de completar el proceso con éxito disminuyen una auténtica barbaridad.
Muy bien, pues ya estás preparado para jugar. Adelante con la partida y mucha suerte.
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