Manejando la frustración




Y aquí seguimos con la Fórmula 1. En este caso vamos con mis amigos de Honda, que este año regresaron a la competencia de la mano de McLaren. Este tándem fue muy exitoso a finales de los 80s y principios de los 90s, creando incluso uno de los coches más ganadores de la historia, cuando entre Senna y Prost se repartían casi la totalidad de victorias en la temporada 88.

Así que para su regreso las expectativas eran altas. Además, se trajeron a uno de los mejores pilotos de la parrilla al equipo, apostando por mantener a su lado a otro piloto con enorme experiencia para desarrollar la máquina lo antes posible. El equipo técnico y las instalaciones completaban la escena y no dejaban lugar a dudas, regresaban para ganar.

Y en esas llega la pre temporada. Tras dos años de trabajo en el desarrollo de la unidad de potencia, llegan los primeros tests... y el coche no arranca. Apenas les alcanza para unas cuantas vueltas y con tiempos muy alejados de los líderes. Una tremenda decepción. Las primeras reacciones de los responsables son transmitir tranquilidad y confianza en que todo se reduce a problemas "de juventud" con fácil solución.

Pasan las semanas y la pre temporada deja paso a la primera carrera. El resultado no deja lugar a dudas. Los problemas tienen difícil solución. El resto de la temporada transcurrió entre promesas de mejoras milagrosas que nunca llegaron y reproches de todos los colores y sabores.

Al terminar la temporada, queda un año muy difícil, con muchas incógnitas para el año siguiente y mucho trabajo que hacer para intentar acercarse al nivel esperado por todos, dentro y fuera del equipo.



En lo que a nosotros nos interesa, nos quedan varios ejemplos acerca de cómo manejar la frustración. Y es que indudablemente todos los procesos de gestión pasan por momentos delicados. Llevo suficiente tiempo en esto como para saber que no hay proyecto que se desarrolle de principio a fin sin que exista alguna situación de crisis. Algunas mayores y otras menores. Algunas amenazan el resultado y otras definitivamente lo echan a perder. Pero en todos los casos he aprendido dos cosas:
  • Ni el éxito ni el fracaso son para siempre.
  • Solamente manteniendo la calma es posible superar los momentos de crisis. 
Aplicando estas dos ideas es posible superar los momentos de frustración debidos a la falta de conexión entre los resultados obtenidos y el esfuerzo aplicado en el proceso.

En lo personal me sirve de mucho entender que ninguna situación es permanente. En el caso del éxito, nos sirve para mantener los pies en el suelo. En el caso de los fracasos, para perseverar, para hacernos fuertes y aprender de los errores cometidos. Y es que por muy mala que parezca la situación, debemos siempre recordar que nada termina cuando algo sale mal. En más ocasiones de las que nos parece, las situaciones adversas son solamente el necesario paso previo hacia una situación mejor.

Ya les había contado del proyecto en el que no habíamos sido capaces de avanzar hasta que todo se nos puso en contra. Hasta que la situación no fue desesperada, no encontramos el camino a la luz. Y ese es un patrón que en mayor o menor medida he podido experimentar en muchas otras ocasiones. No estoy muy seguro de cuál es la razón, pero sí puedo decir que cuando peor están las cosas, invariablemente algo sucede para ayudarnos a retomar el camino.

Y ojo, no hablo de que no haya ocasiones en las que un proceso aislado fracase. ¡Claro que me ha tocado participar en algunos procesos en los cuales mejor ni les cuento los resultados! He tenido buenos ejemplos de fracasos, y bastante grandes. Alguno me costó mi reputación dentro de una organización y, a la larga, supuso mi salida. Ese es un excelente ejemplo de la idea que trato de explicar.

Mi responsabilidad era sacar adelante un proyecto concreto que resultó un gran desastre. Por unas u otras razones, aquel proyecto terminó con unas pérdidas considerables en el plano financiero. A partir de aquel resultado, fuí apartado de ese ámbito de gestión y meses después dejé la empresa.

Ahora bien. Los esfuerzos realizados en aquel momento, llevaron a que consiguiéramos otro proyecto con el mismo cliente. Mi última contribución significativa a esa empresa fue la de traer ese nuevo proyecto a la empresa en unas condiciones mucho más favorables. Y aunque no fue mi responsabilidad gestionarlo, parte del equipo involucrado había sido desarrollado por mí. Aquel nuevo proyecto fue un éxito rotundo.

Más allá de personalismos, el proceso global resultó un éxito. Se consiguió consolidar un cliente y un resultado económico positivo. Por mi lado, aunque finalmente salí de aquella organización, mi salida resultó ser para incorporarme a un proyecto mucho más interesante y enriquecedor. Y no voy a decir que fuera un proceso sencillo ni agradable. Pero sí puedo asegurar que, a la larga, fue claramente positivo. 

Lo importante de esta situación fue el aprendizaje que me dejó. Por un lado, vino a reforzar una idea que ya había empezado a gestar: en el medio plazo, los reveses confirman una mejor situación. Por otro, me sirvió para, desde la distancia, confirmar algunas ideas que estaban bien aplicadas y detectar otras que claramente eran mejorables.

En cualquier caso, creo que es un ejemplo muy ilustrativo acerca de la fugacidad de ambos, el éxito y el fracaso. Entendiendo esto, seremos capaces de aprender de los errores y de mantenernos centrados y alejados de los halagos cuando alcancemos los objetivos.

Y desde aquí nos enlazamos con la segunda idea: Solamente manteniendo la calma podremos superar los momentos de crisis.

Si somos capaces de entender la idea de que todo es pasajero, entonces estaremos un poquito más cerca de poder aplicar la segunda idea, el mantener la calma ante las adversidades. Y es que las perspectivas de actuación cambian mucho si entendermos que por muy difícil que la situación parezca en un momento determinado, está destinada a cambiar antes o después. Claro, nadie dice que el cambio sea necesariamente hacia mejor. Mucho menos si nos conformamos simplemente con entender que todo cambiará y no tomamos ninguna acción para orientar el resultado. Pero siendo conscientes de que la situación es manejable, las acciones pueden ser encaminadas a enderezar el rumbo.

Y esta es la principal utilidad de esta idea. Estando calmados, somos capaces de evaluar con mayor asertividad las situaciones. Desde ese punto, podemos encontrar soluciones adecuadas y ponerlas en marcha. Eventualmente, nuestras acciones llevarán a que los acontecimientos empiecen a encontrar el camino que nos interesa en el proceso global. A medio y largo plazo, la acumulación de decisiones y acciones con una orientación determinada, termina por inclinar un proceso hacia ese destino.

En general, mantener la calma, ayuda a superar las situaciones adversas. Al ser capaces de superar pequeños obstáculos cada vez, podemos llegar a manejar la frustración con mayor éxito, a la vez que vamos cimentando un sentimiento de confianza en nuestras posibilidades que retroalimenta el ciclo. Al aumentar nuestra confianza en nuestras posibilidades, se incrementa también nuestro nivel de acierto en las decisiones, no necesariamente porque sean buenas a la primera, sino porque nos encontramos en mejor situación para corregir los errores de inmediato. Finalmente, la acumulación de aciertos nos lleva a manejar con menor sufrimiento aquellos procesos en los que la frustración hace su aparición.


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